Revelation

La revelación: Una espiral de colores que no existen y que todo lo contiene. Una penetrante sensación de comunión con la realidad que subyace.
Y a pesar de su energía, el éxtasis neuronal de ojos desorbitados y boca entreabierta acaba expresado en un concepto insulso. Una idea esquiva construida con palabras refulgentes y sin contenido conforma el excremento de lo absoluto.
Pero ¡ah!, la iluminación fue tan intensa… El orden de las cosas brillaba con nutritiva claridad bajo la luz de ese algo vacío. La certeza es ineludible. Tras arrastrarnos por el fango, ya de vuelta tras el periodo reflexivo-redentor, se nos presenta la sospecha de que quizás fue la sensación lo primero, ¡lo único! que acaso llegó a existir. Nunca hubo más que la emoción, la descarga; el resto no fue más que la proyección de la experiencia sensible en un concepto que nos permite reconstruir la estructura lógica causa-efecto. Así pues, la mente alterada nos guía hacia el cajón del diseño del pensamiento. Allí se nos explica por qué la revelación viene siempre acompañada de conceptos oscuros, absurdos o excéntricos: la mente abrumada por una sensación poderosa carece de espacio para la creatividad retroactiva. Esta tan flipada que construye mal (y se conforma con poco).
¿O no? Es este, sin duda, tiempo de gurús: lo hemos entendido todo al revés. Solo cuando la máquina constructiva libera nuestras mentes, cuando el demiurgo de las palabras se adormece, se nos permite el acceso a verdades mas profundas. El ente analítico y expresador no es un explorador, sino un guardián, el centinela encargado de ordenar la tormenta de la mente y protegernos del caos de la existencia.
Y nosotros insistiendo en salir del paraguas.
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