Antes de que los gatos dorados en saludo fascista pisaran la tierra, existían tiendas de todo a 100 (lo de y a 200 y a 500 vendría después).  Allí podía uno encontrar de todo: desde cuchillos de dudoso acero inoxidable hasta los aclamados guerreros de la basura, que venían en una bolsa que se deshacía en el agua. Sin olvidar, por supuesto, los queridos dinosaurios de plástico, todos ellos del mismo tamaño y pintados en profundo delirio. 

Las cosas han cambiado. Los antiguos todo a 100 se extinguieron dado lugar a otras entidades, más globales, más uniformes y más caras donde se venden también comestibles y la sensación ya no es la misma.

Parecido me pasa con el tema de los animales. No se me malentienda, los mamíferos están muy bien; hay un poco de todo y tienen pelito que es muy agradable. Pero los dinosaurios eran harina de otro costal. Monstruos gigantes y (al parecer probablemente) cubiertos de plumas, con pinchos y placas por doquier... una atrevida apuesta para la temporada Paleozoico-Cenozoico por parte de la madre naturaleza. 

Así, enganchado en la maraña de pensamientos productivos, he visualizado una unión rara entre entrañables tiendas regidas por gente asiática, la extinción de los dinosaurios, y la historia reciente de la música. 

No hablo de música clásica, ni de golpear troncos con palos, sino de lo que todavía puede uno encontrarse en la tele. Existe un picor, una sospecha de que lo de ahora esta muy bien, pero que ya no es como antes. 

Por eso, con los ojos encafeinados y girando en la silla, he dedicado más de 5 horas a estudiar una famosa lista de los mejores 100 artistas del siglo XX y a elaborar una lista de buenas bombas basada en ella. 

Todo ello para descubrir que, en efecto, todo tiempo pasado fue mejor. A ver si os pasa lo mismo a vosotros.